miércoles, 4 de abril de 2012

EXALTACIÓN DE LA SAETA. MONDA. SEMANA SANTA 2012.



   El pasado sábado 31 de marzo se ha celebrado en Monda, en la Parroquia de Santiago Apóstol, un evento que el próximo año cumplirá sus bodas de plata. Se trata de la Exaltación de la Saeta. En este acto, emotivo y cálido, se cuenta con la colaboración de varios saeteros mondeños, ligados a Monda o de algún pueblo vecino que comparten su arte y contagian su emoción a todos los asistentes en el precioso marco que representa nuestra iglesia, construcción que tiene casi medio milenio y que a su arte renacentista y barroco se le suma también el de la herencia mudéjar, adquiriendo de tal manera una dimensión más amplia al convertirse en copela de fe y de culturas.

   Previo al cante de los saeteros se hace una alocución sobre la saeta y nuestra Semana Santa. Este año el Concejo Parroquial me ha brindado el honor de ser yo quien lo haga. Y este es el resultado:




Mondeños y mondeñas. Vecinos todos. Muy buenas noches.

   Para mí es un honor el encontrarnos reunidos hoy en nuestro templo, crisol de culturas, para hacer la ya tradicional Exaltación de la Saeta y dar paso, así, a nuestra querida Semana Santa. Pero lo primero que quiero expresar en este momento es mi más sincero agradecimiento al Concejo Parroquial por haber sido invitado este año a realizarla. La verdad, es un traje que me queda un poco grande y ni me sentía ni me siento preparado para hacerlo con el rigor suficiente, pero no podía negarme a ello ya que es para mí y para mi familia un motivo de gran orgullo. Gracias, nuevamente, por haber pensado en mí tanto para este entrañable acto como para otros venideros.

   Gracias, también, a todas aquellas personas que hacen posible nuestra Semana Santa ya que sin ellas esta celebración no tendría lugar y nuestra primavera sería harto diferente, mucho menos colorida y mucho menos olorosa. Nada pasionaria. Me refiero a la Hermandad Sacramental y Penitencial de Monda, a los Hermanos Mayores, a los Nazarenos, a las Camareras, a las Mantillas, a los Horquilleros y Capataces de Tronos, a los Penitentes, a nuestro Párroco, a nuestros vecinos y a todos aquellos que colaboran y participan desde la devoción, la ilusión y el interés compartido por mantener esta tradición ya tan antigua que forma parte imponderable de nuestra identidad cultural. Porque la Semana Santa es, ante todo, una celebración de personas y un especial lugar de encuentro de familiares, amigos y seres queridos.

   Y no. No he olvidado a nuestros saeteros. Además de ser el motivo de más peso por el que estamos compartiendo estos momentos, ¿qué sería la Semana Santa sin ellos? Todos aguardamos su sentencia desgarradora e hiriente con emoción y espera contenida, ese momento fugaz e intenso como el primaveral aroma del azahar y que puede abordarnos en cualquier momento del trayecto procesional, cuando todo el mundo para y calla mientras el tiempo se detiene en un momento cuasi mágico de especial expectación bañada de devoción popular.



José García "Platito"

   Aún pecando de reiterativo, voy a comenzar hablando un poco sobre la saeta, que todos ustedes conocerán mucho mejor que yo porque es un mundo por el que he andado poco o nada y porque ya han sido 23 los exaltadores que me han precedido y que han abundado en ello, entre ellas mi madre.

   Según nuestra Real Academia Española, la palabra saeta procede del latín sagitta y, entre sus numerosas acepciones, en primer lugar la describe como: Arma arrojadiza compuesta de un asta delgada con una punta afilada en uno de sus extremos y en el opuesto algunas plumas cortas que sirven para que mantenga la dirección al ser disparada. Otro de sus significados, el que mejor nos viene al caso, reza de la siguiente forma: Copla breve y sentenciosa que para excitar a la devoción o a la penitencia se canta en las iglesias o en las calles durante ciertas solemnidades religiosas. Ambas tienen en común el que, cuando calan, lo suelen hacer muy hondo. Como recogía en sus memorias Abd Allah, el último rey zirí de Granada, sólo las palabras que salen del corazón, van derechas al corazón ajeno, pues igualmente ocurre con las saetas, que salen del corazón del saetero y llegan a nuestros corazones como dardos, de tal forma que con su cante, al pretender ganarse a Dios, de paso, nos gana a todos los demás.



Miguel "Panchito"

   La saeta moderna que conocemos, la que se encuentra vestida y llena de flamenco, es reciente en el tiempo y cuenta con algo más de un siglo. Pero al igual que nos pasa a nosotros, tiene sus ancestros, tiene sus antepasados. Arranca de una saeta mucho más antigua que hunde sus raíces en la oscura noche de los tiempos.

   Lo verdadero y cierto es que no está claro su origen. Algunos autores lo atribuyen a los judíos sefardíes, que tras el bautizo al que se vieron forzados por los Reyes Católicos para evitar ser expulsados, fueron buscando el perdón de Dios entonándolas para que les anulase el juramento prestado a la Iglesia Católica, mientras que para otros, era un cante secreto que empleaba el pueblo hebreo para burlar a la Inquisición.

   Otros investigadores atribuyen a la saeta vieja un origen hispano-musulmán, buscando al almúedano o muecín, el personaje que llamaba a la oración desde el alminar de las mezquitas, a su más viejo precursor. En los años veinte de la pasada centuria el emir Rahman Jizari Ibn-Kutayar señalaba esta posibilidad: el origen de la música y del metro de estos sentimentales cantares, hay que buscarlos en los almúedanos de las mezquitas de Córdoba, Granada y Málaga, especialmente en las de Granada y Málaga, que a sus pregones convocando a la oración, ya expresados con estilo, añadieron oraciones y lamentaciones versificadas, en las que cifraban y hacían conocer sus cualidades de cantantes, cualidades que había de poseer a la perfección para desempeñar el cargo de almúedano, entonces muy bien retribuidos, y que era motivo de orgullo del barrio el que poseía el mejor, entablándose competencias y rivalidades que han llegado hasta nosotros traducidas al cristianismo.



Juan Gómez

   Pero más numerosos son los autores que encuentran en ella un origen religioso cristiano. Unos se amparan en las coplas religiosas que los misioneros franciscanos entonaban por las calles para excitar a los fieles a la piedad y el arrepentimiento ya en los siglos XVI y XVII. Otros creen que puede tener su origen en determinados cantos litúrgicos o ciertas jaculatorias medievales de la Iglesia que coreaba el pueblo y que, con el tiempo, se fue introduciendo la costumbre de hacerlo de forma individual. O, como recoge el investigador Rafael Lafuente: la saeta fue originariamente canto litúrgico colectivo. Antiguamente el desfile de las procesiones de Semana Santa era acompañado por el canto coral de los propios fieles, que entonaban salmos. De aquellos salmos debió desprenderse la saeta antigua, la cual recuerda todavía el pueblo andaluz en el área no flamenca, especialmente en la provincia de Granada. La antigua saeta tenía un profundo sabor litúrgico y no estaba contaminada por el jondo.

   Es de esa saeta vieja de donde sale la moderna, la flamenca. ¿Cómo se dio el proceso? No está del todo claro; Luis Melgar y Ángel Marín afirman que las saetas aflamencadas nacen cuando el cantaor flamenco se dirige públicamente a Dios cantando la antigua tonada, la saeta vieja, pero revistiéndola inconscientemente de perfiles y expresiones propias del flamenco. Y se hace totalmente flamenca cuando con el tiempo se fue acoplando al espíritu y las formas de la emotividad flamenca. Nacen de ir introduciendo tercios flamencos en la saeta antigua, de ir despojándola de su vieja musicalidad hasta lograr una forma completamente distinta y novedosa, desde donde surge la moderna saeta flamenca.



Francisco Fernández

 
   Muchos son los que señalan las raíces de las saetas flamencas en tierras gaditanas así como también son muchos los que nombran al gaditano Enrique el Mellizo como el inventor de la saeta por siguiriyas. El caso es que hacia finales del siglo XIX o principios del XX llega a Sevilla, donde va adquiriendo su máxima dimensión artística y flamenca. Como señalaba Antonio Mairena: En principio de siglo (XX) llegó a Sevilla una sencilla forma jerezana que se empezó a llamar saeta por siguiriyas, las que una vez dentro de la catedral de Sevilla se convirtió en un gran cante, con tanta o más dificultad y duende con el mejor cante por siguiriyas y, por los años treinta, el cante por saetas había llegado a ser de máxima altura, de gran desarrollo, duendes flamencos y gitano-andaluz.

   Ha habido grandes saeteros como Manuel Torre, Antonio Chacón, El Niño Gloria, Manuel Centeno, La Niña de los Peines, Antonio Mairena, pero no olvidemos que la saeta andaluza es un canto popular en la boca y el corazón de numerosos saeteros anónimos, con un fuerte carácter religioso y la religiosidad del pueblo andaluz ha hecho de ella una oración cantada con verdadera devoción. De tal forma el flamencólogo Manuel Ríos afirmaba de esta oración cantada que forma en el ambiente un colectivo recogimiento, pese a que es una sola voz la que fervorosamente se eleva en plegaria, en loor, en impulso de consuelo hacia la aflicción divina, porque no es oración para pedir: la saeta es oración para dar, para patentizar al Cristo o a su Madre la consolidarización humana en su dolor, dentro de los rituales costumbristas. Sus letras suelen versar sobre la Pasión de Jesús, el Dolor de la Virgen, las escenas que se representan o simples piropos. Toda la Pasión de Cristo está contenida en las saetas y hay quien afirma que la saeta es la Pasión de Cristo según la siente y canta el pueblo andaluz.



Lina Rojo


   En la Semana Santa se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, de Cristo, del Ungido, reviviéndose los momentos cúlmenes de la fundación del Cristianismo un año tras otro. Su origen hay que buscarlo en tiempos muy remotos, en los siglos medievales, donde se señala que en una fecha tan temprana como el siglo XV ya aparecen las procesiones a la manera en que las conocemos hoy. Pero es cierto que algo más antiguo es el teatro popular religioso, donde se interpretaba las escenas más dramáticas de la Pasión por actores surgidos del pueblo. En muchos lugares todavía mantienen esta costumbre y en nuestra propia celebración en tiempos pasados pero aún recientes en la memoria, teníamos un préstamo de aquel: los Pasos Hablaos, con sus apóstoles y otros personajes que participaban y actuaban en las procesiones. No obstante aún se conserva restos de la dramática gestualidad de ese teatro popular de carácter sacro cuando se producen las mecidas, las carrerillas o las reverencias entre las mismas figuras que son llevadas por los tronos.



Caretas de los apóstoles empleadas por los vecinos del pueblo hace ya algunas décadas.
Imagen procedente del blog Monda. Fe y Tradición.

   La Semana Santa tiene desde sus orígenes un fortísimo carácter popular. En estos días las calles de nuestro pueblo se convierten un escenario teatral cuyas calles se transustancian mágicamente en las del Jerusalén de la Pasión, nuestro Calvario en el siniestro Gólgota y nuestros vecinos en actores activos y pasivos de los hechos donde se recrea ese rito del que nace el Cristianismo. Es, para todos los mondeños, creyentes o no, la celebración que con más intensidad, pasión y veneración se vive y se disfruta. Y uno de los muchos caracteres de esta fiesta y que me gustaría destacar es el compartir; compartir un lugar, Monda, y compartir un tiempo, nuestra Semana Mayor porque es un espacio de encuentro de familiares y amigos que retornan a la patria chica, de hermanos, de vecinos…



El interior de la Iglesia de Santiago Apóstol

 
   Nuestra Semana Grande empieza ya a anunciarse cuando vemos, por aquí y por allá, a numerosas mujeres “inmaculando” de blanco sus casas mientras la banda de música municipal inicia sus vespertinos ensayos callejeros. Arriba esperadamente en la inquieta primavera, cuando el tiempo es indeciso y la meteorología, imprecisa; cuando las tempranas y zaínas golondrinas, con sus inconfundibles y recortados perfiles, horadan el aire con su vuelo grácil y tenaz; cuando las flores estallan en mil colores y en mil fragancias; cuando en el verde de los campos reverbera, juguetona, nuestra excepcional luz mediterránea; cuando los naranjos de la plaza, huérfanos de naranjas, expelen su aromático y seductor azahar, que es lo que a mí más me huele a Semana Santa incluso muy por encima del espeso olor de la cera de las velas o incluso del incienso. En definitiva, llega cuando florece la vida. Y no por casualidad. Ambas mantienen una íntima y secular relación: la primavera es el momento de la Vida así como lo es la Resurrección del Hijo.



Una escena con el Crucificado de fondo

 
   Mis recuerdos de infancia entorno a estas fechas son muy difusos y etéreos, caminan envueltos en un manto brumoso. A pesar de ello hay una cosa que se aferra a mi memoria y que todos los años renace con añoranza cuando llega este tiempo sacro.

   Cuando era un zagalillo, los niños del Barrio La Paja emulábamos a los mayores realizando nuestras propias procesiones, al igual que hacían los niños de otros barrios. Costumbre que ya casi se ha perdido. Al menos en su espontaneidad. Con unos ásperos y astillados palets de ladrillos, con unos cuantos maderos o con unas mesas viejas, improvisábamos unos majestuosos y deslumbrantes tronos que portaban alguna ajada figurilla sagrada o cruces formadas por dos trozos de madera malamente claveteados. El pulgar de algunos de los que éramos niños entonces recordará la férrea caricia del martillo. Éstos se acompañaban, a veces, con cuatro efímeras velas repartidas por sus esquinas y que los niños sisábamos de nuestras casas aún a riesgo de recibir la siempre temida reprimenda materna. Adornábase el sagrado paso más por la imaginación infantil que por las hierbas y flores que recogíamos a los pies del Castillo, que enseguida perdían su vitalidad, su luz y su color. Un trozo de lata y una pequeña barra de madera o de metal eran los instrumentos de nuestro singular Capataz de Trono.

   Cuatro eran los chiquillos que con solemne orgullo lo portaban mientras una banda de música formada por otros niños del barrio ejercía una marcial compaña. Era bastante singular; el instrumento musical más usado era el tambor, pero no uno cualquiera, sino el tambor de detergente de lavadora de la marca Luzil o Colón, según recuerdo, que con dos palillos de madera los hacíamos sufrir arrancándole estruendosos compases hasta que los acabábamos rompiendo. Aunque a algunos les alargábamos el suplicio remachándolos con esparadrapo o cinta aislante, pero ya no sonaban igual.

   Había años en que hasta disponíamos de todo un escuadrón de fusileros improvisando con palos de escoba. Y mientras esta peculiar comitiva se abría paso por las calles, muchos otros niños se iban sumando para acompañar la procesión e incluso numerosas madres se asomaban a la puerta y a los balcones.

   Aquello, ahora me doy cuenta, era mucho más que un juego. Era un vivero de nuevos horquilleros, nazarenos, penitentes… era la cantera de nuestra Semana Santa. Savia nueva.

   Pero no quiero seguir hablando de recuerdos y restando más tiempo a los auténticos protagonistas de la noche porque ya es el momento de dejar paso a nuestros saeteros.

   Les deseo que disfruten de su arte y de su contagiosa emotividad así como también les deseo que vivan nuestra Semana Santa con intensidad y con la compañía de los amigos y de la familia.


Muchas gracias.


                                                                 Diego Sánchez.