miércoles, 25 de enero de 2012

LA LEYENDA DE LA BUENA VILLETA

   En una entrada anterior cuando hablaba del castillo de Monda, hice mención a la existencia del fantasma que lo habita y que tiene su carta de naturaleza en una de las leyendas que tenemos en el pueblo: la de la Buena Villeta. Y en estos días en los que tenemos presentes la floración de los almendros, bella antesala de lo que nos depara la primavera que aguardamos con impaciencia, es el momento adecuado para traerla a colación porque, como veremos, el destino de esta desdichada y joven doncella estuvo siempre muy vinculado a este árbol, especialmente a sus marfíleas y rosadas flores. 


   Antes de que se me olvide, quiero dedicar esta entrada a otras dos flores, Wies y Clara, que se que disfrutarían como enanas viendo los almendros en flor.

   En los años cuarenta del siglo pasado Diego Vázquez de Otero, amén de otros trabajos, se dedicó a ir recabando una serie de leyendas de muchos pueblos malagueños, incluido Monda. Que se sepa, fue el primero en recoger nuestra leyenda por escrito. El registro por escrito es bueno porque no se pierde la leyenda por los vericuetos de la desmemoria, no se acaba olvidando con el tiempo pero, paradójicamente, es a la vez su propia “muerte” porque lo que mantiene viva y caracteriza su mutabilidad es precisamente su vehículo de transporte: la oralidad. La transmisión oral las hace pasar de boca en boca, de padres a hijos, haciéndolas vivir y revivir a través del tiempo, reconvirtiéndose, re-semantizándose, sumando elementos nuevos a la par que se despoja o convive con otros viejos, mezclando hechos verídicos con otros irreales… mientras mantiene lo que es esencial a la par que se va despojando de lo que tan sólo es accesorio, lo que la dota de ese particular carácter atemporal.


   Una vez transcrita la leyenda su dinamismo acaba tornándose en estatismo, hasta que se fosiliza en un momento y época determinados.

   Pues este es el tema que hoy traemos a colación, la leyenda de la Buena Villeta. Muchos ya la conocéis, pero otros a lo mejor no la recuerdan o no la conocen, por lo que es el mejor momento de rememorarla.


   Y es que esta historia está muy relacionada con el almendro, al que muchos señalan que fue traído por los fenicios en la Antigüedad, unos habitantes de la costa de lo que es hoy la zona Sirio-Palestina que tuvieron una importantísima vocación marinera y comercial debido al reducido tamaño de sus tierras, por lo que llegaron a convertirse en unos importantes comerciantes que establecieron puntos de venta y factorías (centros de comercio) a ambas orillas del Mediterráneo, muchas de las cuales acabaron siendo el origen de importantes ciudades, como es el caso de Málaga.


   Volviendo con nuestro habitante del paisaje de secano, el almendro es un árbol de hoja caduca que pertenece a la especie de las rosáceas. Su tronco, ajado y retorcido, ya parece viejo cuando el árbol aún es joven. Es su carácter. Su corteza, rugosa y ruda al tacto y a la vista, es de gran aspereza y en sus copas, durante los sofocantes meses estivales, se padece el torturador y taladrador cante de las chicharras, así como el inmisericorde picar de sus incómodos piojos.


   Su floración, prematura primavera, tiene lugar en el mes de enero cuando un bello espectáculo cromático envuelve los campos de labor. Su flor, de pétalos blancos y corazón encarnado, expide aromas fugaces e intensos y su fruto ha sido un producto comercial desde muy antiguo, siendo los musulmanes los que lo explotaron comercialmente con cierta intensidad junto con otros frutos que poseían el mismo carácter poco perecedero como el higo seco o la pasa, necesarios en aquellas épocas  que no había medios de conservación.


   Su fruto es la almendra (de las que hay muchas variedades), que sufridamente se recoge en verano. La almendra se encuentra protegida por una cáscara y ésta envuelta por una capota que hay que quitar tras su recogida en el denominado proceso del descapotado. Antaño se hacía a mano, ayudándose con navajas o barras metálicas, lo que suponía un arduo trabajo que realizaban varios miembros de la familia entorno a un cajón de madera. Desde hace años las máquinas de descapotar aliviaron y aligeraron esta pesada labor. Son numerosos los postres y dulces que se fabrican con la almendra y en nuestra zona merecen mención aparte las galletas y sopas de almendras de Guaro.


   Volviendo a nuestra legendaria historia de amores y desamores, Vázquez de Otero incluyó la leyenda de la Buena Villeta en su libro Leyendas y Tradiciones Malagueñas. Por su interés la he volcado íntegramente pero he de señalar que algunos de los datos históricos que se referencian están fuera de su marco cronológico -entre otras cosas- dada su naturaleza como leyenda:


   Cuando el Duque de Escalona y Marqués de Villena tomó posesión del señorío de Monda a fines del siglo XV, dejó por gobernador de la villa y los Castillos a Hurtado de Mendoza.

  Cuenta la leyenda que tenía Hurtado una hija, Beatriz, de extraordinaria belleza, reflejo de un alma sensible y compasiva, la cual era el “paño de lágrimas” de aquellas familias necesitadas del pueblo, a las que visitaba y cuidaba; a niños y mayores, enfermos o indigentes, hasta tal punto que fue llamada por todos con el sobrenombre de la Buena Villeta, nombre del lugar donde residía y que muchas personas creían era la Munda Bética de los romanos.

   Alzábase dicha residencia sobre la cima del cerro que todavía llaman “La Villeta”, modificación de villa, morada de un patricio romano, más tarde convertida en fortificación inexpugnable.

   Sucedió que Arturo, joven apuesto hijo del alcaide de la villa de Tolox don Sancho de Angulo, llegó a la Villeta con una misiva de su padre para el gobernador Hurtado; Arturo y Beatriz quedaron profundamente enamorados.


   Desde aquel momento y en sucesivas visitas, las flores y los senderoos maravillosos y entonces paradisíacos senderos de Alpujata, la Torrecilla, la Mojeda, Moratán, la Vega, la Villa y hasta la vieja calzada romana que conducía a Cartima, conocieron sus nombres y fueron testigos de sus promesas e ilusiones, pero la mayoría de las entrevistas tenían lugar a los pies de la “Virgen del Almendro”, pequeña imagen que recibía culto en hornacina excavada en el muro, junto a la puerta principal y a la sombra de un robusto almendro.

   Y aconteció que una tarde triste de enero Arturo, rota el alma, confesó a su amada Beatriz la obligación que le empujaba a embarcar con su padre hacia las recién descubiertas tierras americanas.

-No sé lo que podrá durar mi ausencia- dijo Arturo. - A mi regreso serás mi esposa. Te lo juro ante la Virgen que nos oye. Dicho esto, alzó la mano y de una de las ramas del almendro, a la sazón en plena esflorescencia, cortó una flor y presentándola a su amada señaló un pétalo y le dijo: este es mi corazón. La Buena Villeta acercó sus labios y lo selló con un beso. En seguida, colocando su índice sobre el inmediato dijo:

- Y este es el mío. Arturo abrasó con sus ardientes labios el sito donde había posado el índice su amada.


   La flor, cruzada por los besos de los enamorados fue ofrecida a la Virgen y depositada en su mano.

   Sucedió entonces una cosa extraordinaria. Tan pronto como la flor sintió el contacto con la divina mano, pareció esponjarse, cual si recobrase vida y sus hojas marfileñas tornáronse más tersas, más blancas; tomaron la blancura nítida de las nieves alpinas.

   Pasó mucho tiempo. Cada día iba la Buena Villeta a postrarse ante su Santa Patrona, y siempre, aun en medio de los calores estivales, hallaba la flor erguida y lozana cual si la mano que la sostenía fuera el árbol que daba jugo a la flor y alimentaba.

   Pero un día, también de invierno, no fue así. Al llegar la joven junto a la hornacina, reparó que la flor mustia y lánguida, caía como en desmayo sobre los dedos de la Virgen. Se acercó inmutada y presa de mortal zozobra. Del fondo de la flor brotaba una gota de sangre viva que iba tiñendo ligeramente de carmín los bordes de toda ella.

   Y más, más aún, creció su dolor cuando vio ocurrir lo propio a las flores de los muchos almendros que allí vegetaban, que desde entonces tomaron un leve matiz de sangre.



-¡Arturo ha muerto!- clamó la triste con grito supremo del alma. Y se desplomó a los pies de la imagen, exhalando su postrero aliento con el nombre de su amado en los labios. No tardó mucho en saberse que el día mismo de este suceso, Arturo había perecido a manos de los caníbales en una isla del mar de las Antillas.

   Y durante muchos años, la sombra de la Buena Villeta vagó por las ruinas de “Los Castillos”, apareciéndose en los atardeceres a las gentes de Monda, quienes todavía, durante las altas horas de la noche, en ciertas épocas del año, oyen, con terror, los quejidos y la voz plañidera de la doncella sin ventura que murió de mal de amores.


 
   Hay otra versión de la muerte de Arturo de la que no se hizo eco Vázquez de Otero. Ésta señalaba que este joven no había muerto en tierras americanas tras una indigesta experiencia gastronómica que le llevó a formar parte de la dieta proteínica de los amerindios antillanos, sino que otras interpretaciones apuntan que murió en tierras europeas luchando contra los temidos turcos.

   De cualquier forma, un final muy poco envidiable.

   Aprovecho esta entrada para informar que el próximo domingo 29 de enero se celebra en Guaro el Día del Almendro, donde se organizan varias rutas interpretadas por almendrales y una degustación de sopa de almendras.


   También quisiera comentar que el próximo sábado 4 de febrero se organiza una ruta interpretativa que nos llevará desde Monda hasta los molinos moriscos del envidiable paraje de Alpujata. Por el camino hablaremos del paisaje, de sus diferentes usos y de la relación del ser humano con este territorio a través de sus huellas (caleras, corrales, molinos, cultivos,…), disfrutando de su  vegetación y sus cultivos -especialmente de los almendros-. Para no perdérselo. En días venideros se subirá la información relacionada con esta actividad al apartado Noticias de la web oficial del Ayuntamiento de Monda.

Hasta la próxima entrada.


  © Diego Sánchez.